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Español

Amor y matrimonio al estilo medieval

Escrito por Danièle Cybulskie

Traducido por Pilar Espitia

Pienso que la impresión más generalizada sobre el matrimonio medieval es la de una unión fría, sin amor y práctica, llevada a cabo con el propósito de transferir propiedades. Ciertamente este podía ser un caso frecuente, especialmente en una clase elitista, pero no siempre era el caso. Lo complicado del matrimonio en la Edad Media es que no necesariamente tenía que tener testigos. Eso significa que una declaración hecha apresuradamente entre los amantes –hecha, a lo mejor, detrás del pajar del proverbio “encontrar una aguja en el pajar” –, seguida de la consumación, eran consideradas como un contrato válido. Sin embargo, este tipo de contrato era muy difícil de probar, de modo que la mayoría de los matrimonios tenían testigos. La tradición de los edictos matrimoniales también deriva de este espinoso dilema.

Las ceremonias de matrimonio no siempre eran atestiguadas por curas, aunque con el tiempo, estos sí asumieron el papel de testigos oficiales y de quienes transferían la esposa al cuidado del esposo. Mientras que la iglesia siempre ha tenido opiniones sobre el matrimonio y cómo debería llevarse a cabo, el matrimonio no fue oficialmente perfilado como sacramento sino hasta el IV Concilio de Letrán (1215 después de Cristo). La posición de la Iglesia, dicho sea de paso, es que el matrimonio estaba bien si uno/a no tenía el poder de voluntad para permanecer virgen toda la vida (como dice Corintios 1, 7:9: “Pero si carecen de dominio propio, cásense; que mejor es casarse que quemarse”). Mucho mejor restringirse de cualquier acto carnal siempre –aunque eso hubiera reducido el tamaño de las futuras congregaciones–. Irónicamente, los curas mismos a menudo se casaban, lo que fue la manzana de la discordia por varios cientos de años.

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Lo que puede ser aún más sorprendente sobre el matrimonio medieval es que estaba (al menos de manera oficial) fuertemente basado en el consentimiento mutuo. Los dos compañeros tenían que consentir la unión desde el principio, y ambos tenían derechos y expectativas dentro del matrimonio. Aunque las esposas estaban bajo el cuidado y control de sus esposos, había una indiscutible expectativa sobre el trato justo de los esposos hacia sus esposas (teniendo en cuenta las restricciones culturales). Las mujeres también tenían los mismos derechos conyugales que sus maridos. Esto era que cualquier esposo podía demandar la relación sexual como parte de su contrato matrimonial. Las mujeres también podían pedir la anulación si alegaban que su marido era impotente (aunque tenían que tener cuidado con este tipo de declaraciones, pues se podía acudir a prostitutas como “testigos expertos” para verificarlo). Mientras que la tradición literaria del “amor cortés” glorificaba el adulterio (a lo mejor otra razón por la que vemos los matrimonios medievales como fríos), este era inaceptable y los adúlteros –hombres o mujeres– podían ser severamente castigados.

Sobre los detalles del día de la boda en particular, muchos son los mismos que ahora y muchos distintos. Las esposas no se vestían tradicionalmente de blanco (esto, en realidad, se volvió popular en la era victoriana), sino que vestían sus mejores prendas. Se hacía un intercambio de regalos y el esposo pagaba la cuenta del festín matrimonial, en parte, como una compensación a los solteros de la comunidad a quienes quitaba la oportunidad de tener una esposa. Cuando llegaba el tiempo de ir a la cama, toda la comunidad estaba involucrada. Las mujeres ayudaban a la mujer a entrar en la cama, y los hombres ayudaban al esposo. A menudo, la comunidad participaba al hacer ruidos (les dejo a su imaginación la obscenidad) afuera de la habitación o de la casa como parte de la tradición de charivari (tradición popular donde se hacía un desfile paródico y la comunidad hacía todo tipo de alborotos). En épocas anteriores a las pruebas de ADN, era esencial para la comunidad saber que el niño engendrado por la unión era legítimo, lo cual era la razón más probable para tal involucramiento (aparte de la borrachera festiva, por supuesto).

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La literatura de la Edad Media está llena de alabanzas, condenas y una gran dosis de cinismo en relación con el matrimonio, cosa que aún vemos hoy en día. Pueden encontrar muy buenos ejemplos de las tres actitudes en línea, a través de la serie de textos medievales ingleses del proyecto TEAMS (Teaching Association for Medieval Studies). Mientras que muchos matrimonios eran felices y prósperos, era muy fácil para uno de los autores más influyentes de la época, San Jerónimo, (347-420 después de Cristo; no considerado estrictamente como un hombre medieval) decir con ocurrencia que “el matrimonio es bueno para aquellos que tienen miedo de dormir solos por la noche.”

Puedes seguir a Danièle Cybulskie en Twitter: @5MinMedievalist

Artículo publicado originalmente en inglés como Love and Marriage: Medieval Style

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